Diario

La marginada de la familia

Oda a la osadía de la oveja negra que se hizo a sí misma

24 de febrero de 2021

Foto: Lucía Montilla

Te recuerdo siempre rodeada de aquellos que querían sosegar tu gracia. Sucumbías al vacío e ibas de lleno al borde del precipicio. Estabas dispuesta a todo por no quedarte sola, pero aún así hoy solo te acompaña tu sombra. Recuerdo que eras de esas que siempre ven bondad en el prójimo y que sueñan con mejorar el mundo, pero cambiaste cuando alguien te dijo que tú nunca lo lograrías.

Destacabas tanto entre la multitud que nadie te quería a su lado. Vivir a tu sombra nunca les resultó sencillo y decidieron abandonarte. Poco a poco tu piel se tornó más oscura, dejaste de ser blanca y pura y te convertiste en la oveja negra de la familia. Cambiaste tolerancia y simpatía por ambición y narcisismo. Aprendiste a amar lo que te hacía especial, aún cuando eso mismo te amargaba la vida en sociedad.

Recuerdo como un día dejaste de sonreír sin motivo, recuerdo como dejaste de ir a lugares por compromiso. Te pregunté por qué los habías dado de lado y tú respondiste que simplemente te habías valorado. Me dijiste que por fin te estabas eligiendo, que por primera vez en mucho tiempo eras la única persona a la que debías rendir cuentas.

Entonces la sociedad decidió repudiarte, ir a contracorriente nunca fue fácil. Intentaron llenarte de miedos de otros, te decían que te conformaras y que siguieras la fila. Sin embargo, tú siempre te apañabas para ir dando tumbos, a tu propio compás, sin seguir el ritmo. Dejaste la autovía para cruzar el bosque, intentaron reinsertarte, pero cuando te encontraron ya era tarde.

Encontrar tu propio camino no fue fácil, te costó sudor y lágrimas. Recuerdo cómo te culpabas y cómo gritabas en la soledad de tu cama. Soñabas con ser lo que otros esperaban y día a día te mentías a la cara. Yo creo que en el fondo sabías que no eras como ellos, que tú eras única y que algún día tendrías que renunciar a todo porque nunca te comprenderían.

Algunos días te levantabas intentando teñir tus manchas, tapabas tus cicatrices y te maquillabas de ilusión y confianza. Desde el espejo veía cómo te torturabas, pero no sabía cómo ganar la batalla. Decías que estabas harta de ver valentía de plástico y coraje prefabricado. Sin suerte deambulabas por la ciudad buscando a quien te pudiera salvar.

Hubo un tiempo en el que estabas ciega, tan solo reaccionabas ante un nuevo objetivo. Siempre buscando una forma de salir y comenzar de nuevo. Cada día más sombría, pero por dentro seguías manteniendo tu luz tan característica. Digan lo que digan, yo admiraba tu fuerza de voluntad y tus ganas de luchar por la vida.

Siempre creías que todos los sacrificios de hoy harían mella en quien serías mañana, pero te equivocaste: cambiaste más de una vida. Cuando batiste tus alas una oleada de sucesos comenzó y gracias a ti las fichas, una tras otra, cayeron. Al final lo conseguiste, tras años de duelo, por fin dejaste de vivir bajo el yugo del cabrero.

Foto: Lucía Montilla

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