Historias

Historias de la cuarentena (Parte III)

Alberto, vecino de Espiel, cuenta cómo ha cambiado su vida y la del pueblo por la crisis del Covid-19

Publicado en Insitu Diario el 20 de marzo de 2020

En esta tercera entrega de ‘Historias de la cuarentena’, Alberto, un joven espeleño, narra cómo su vida y la de su pueblo ha dado un giro de 180º con la crisis sanitaria causada por el coronavirus.

La vida de Alberto antes del aislamiento era “bastante rutinaria”. Hace unos meses se mudó a su pueblo natal con la familia y pasaba en la oficina nueve horas al día con sus compañeros, a los que “prácticamente veía más que a mis padres”, cuenta.

Trabaja en el mecanizado y calderería de hierros y metales, a 10 minutos en coche de Espiel, y asegura que “el coronavirus se ha precipitado en el tiempo”, ya que antes de que se declarara el estado de alarma llevaban ya algunos días comentando las precauciones que podían tomar: “Para acceder a planta todas las personas tenían que llevar un registro de temperatura; ante los menores síntomas esas personas debían de abandonar el puesto e irse a sus casas». Además, debido a la rápida expansión y facilidad de contagio de la enfermedad, acordaron “facilitar gel antiséptico, termómetros, mascarillas y guantes para todos los trabajadores”.

Una vez ya declarado oficialmente el confinamiento, la oficina cerró y todos los trabajadores empezaron a teletrabajar. Desde hace unos días se comunican entre sí por videoconferencias, llamadas o correo electrónico.

Según cuenta, con el teletrabajo “no hay límites entre el tiempo de trabajo, el de estar con la familia y el de ocio. Por un lado, esto hace que trabaje más a gusto, pero por otro, hace que pase con las mismas personas todo el día y eso, quieras o no, a veces se hace pesado”.

Foto de Alberto en el Barrero (Espiel)

Desde este invierno la música empapa las calles de Espiel. En el parque del centro del pueblo se reproduce cada semana la obra de algunos compositores clásicos, de 11.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.00. Asegura que «el otro día cuando saqué al perro, lo único que se oía en todo el pueblo era el Fandango de Boccherini y algún perro ladrando en la lejanía… Parecía surrealista, una banda sonora personal para un paseo de película”.

“Se hace raro ver las calles vacías, solo algún coche y algún viandante solitario. Sin embargo, siempre hay gente en los balcones hablando unos con otros«, afirma. El espeleño cree que, si algo bueno ha traído consigo el coronavirus, es que ha mejorado la comunicación entre el vecindario.

Los vecinos de Espiel se suman a la ovación diaria de las 20.00 horas para «aplaudir a los que están luchando por esto, poner música y, a fin de cuentas, interactuar con el mundo”. Después de esto, algunas noches Alberto queda con sus amigos para ‘tomar unas cervezas’ por videollamada, algo que poco a poco se está convirtiendo en tradición entre los jóvenes cordobeses.

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